LA PAZ QUE NOS TRAE JESÚS
En una de las historias que leí sobre la Primera Guerra Mundial se narra un
caso que viene bien recordar en este tiempo próximo a la Navidad.
En unos sectores del frente occidental, al norte de Bélgica, en la Nochebuena
de 1914 se estableció una tregua bastante espontánea. Los soldados de las
trincheras empezaron a cantar villancicos en sus respectivos idiomas. Desde cada
lado de la línea de las trincheras se podían oír los cantos de los enemigos.
En la mañana del día de Navidad, soldados alemanes e ingleses, y en menor
medida también franceses y belgas, empezaron a salir de las trincheras y se
encontraron en la tierra de nadie entre las líneas enemigas y se estrecharon las
manos. Durante el día, grupos de soldados de los ejércitos enemigos jugaron al
futbol, se retrataron juntos e intentaron romper la barrera idiomática mientras
enterraban a los camaradas que habían muerto los días anteriores. Algunos
mostraban a soldados del ejército contrario fotos de su familia, de los padres,
esposa e hijos que los estaban esperando en su país. Algunos declararon que jamás
olvidarían esa jornada. Poco después todos regresaban a sus trincheras, la guerra
continuaba… Pero en esa zona donde tuvo lugar la confraternización navideña, las
tropas debieron ser retiradas y sustituidas por otras, ya que no estaban dispuestas a
combatir como antes. Habían comprendido que los soldados de la otra trinchera
eran hermanos suyos, habían comprendido el sentido de la paz que nos trae Jesús.
Precisamente el nacimiento de Jesús vino acompañado de un anuncio de «Paz
a los hombres de buena voluntad». Y Jesús decía: «La paz os dejo, mi paz os doy
no como la da el mundo». Ya sabemos cómo es la paz que da el mundo: la guerra
que antes mencionaba acabó con una victoria de unos sobre otros, y los vencedores
impusieron “su” paz, y esa paz traía el germen de otra guerra más cruel, más
extensa y más duradera.
Quiero recordar esto, precisamente en estos días, cuando se está difundiendo
por los medios informativos un mensaje procedente de sectores sociales y políticos
que se inspiran en sentencias como “¡Viva la muerte!” y predican odio y violencia
contra personas de ideas marxistas, a las que califican de “hijos de puta” y expresan
el deseo de exterminar a 26 millones de españoles a quienes consideran enemigos.
Por mis ideas políticas, me siento incluido en esa masa de 26 millones de
personas a los que se quiere eliminar. Por otra parte, estamos viendo también el
odio y la violencia que, desde el fundamentalismo religioso generado en una
civilización distinta de la nuestra, se dirige contra la religión y la cultura cristianas.
Por mis ideas religiosas me siento también amenazado por esa «Yihad».
La violencia, la guerra, no solucionan nada. Me atengo a la enseñanza del
Maestro Jesús de Nazaret: «Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos
serán llamados hijos de Dios». Si la pertenencia a una religión inspira odio contra
hermanos que profesan otra religión, más valdría no tener ninguna religión. El
verdadero sentido de la religión es ver a las demás personas como hermanos, en
caso contrario no se habrá entendido nada del mensaje de Jesús y de otros profetas
religiosos.
Y en lo que se refiere al odio desde otras posiciones políticas, es evidente que
en el fondo de la cuestión está un posicionamiento en esa «lucha de clases» que es
el resultado de clases sociales distintas con intereses contrapuestos. Desde ese
frente se rechaza la igualdad que hermanaría a todos los seres humanos; la
fraternidad es inseparable de la igualdad. También aquí se percibe la falacia de la
paz que da el mundo; se basa en unas leyes que permiten que los poderosos
opriman a los desvalidos. Los que son expulsados de sus viviendas para favorecer
los intereses de bancos y fondos buitre, los que se ahogan en el Mediterráneo, los
que se estrellan contra las vallas de concertinas y contra el muro entre Méjico y
EE.UU., claman al cielo contra esta sociedad que permite esas leyes. No existiría
esa emigración masiva si los países de origen de esa gente no estuviesen siendo
explotados a favor de las potencias imperialistas de este injusto sistema capitalista.
El luchar contra esa situación es seguir la enseñanza de Jesús:
«Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el
Reino de los cielos». Quienes queramos obrar según ese Espíritu inevitablemente
atraeremos el odio y la persecución de ese sistema y sus lacayos. «Os perseguirán
como me persiguieron a mi…», decía Jesús, «…pero no temáis: yo estaré con
vosotros hasta el fin del mundo».
A quienes me declaran la guerra, yo les declaro la paz, la paz que nos trae
Jesús de Nazaret.
Faustino Castaño
Gijón, 3 de diciembre 2020